Un paseo por el MIT

En el corazón del Silicon Valley de la costa Este de Estados Unidos

En la costa Este de Estados Unidos, la ciudad de Cambridge acoge, además de a la prestigiosa Universidad de Harvard, a uno de los centros de innovación más importantes del mundo, el Massachussets Institute of Technology (MIT). Allí, profesores, estudiantes y empresas trabajan apasionadamente en la elaboración del caldo de cultivo del futuro.

En el mundo hay pocos sitios donde se palpe tanto el desarrollo de las nuevas tecnologías como en la zona de la bahía de San Francisco. Ciudades como Berkeley, Palo Alto, Mountain View o San José son auténticos templos para aquellos que hacen de la tecnología su forma de vida. Pero aunque sea la costa Oeste la que ha recibido el calificativo de Silicon Valley, hay una pequeña ciudad en la costa Este de Estados Unidos que le hace algo más que sombra; su nombre es Cambridge. Esta ciudad, situada a un paso de puente de la más conocida Boston, es una de las zonas con mayor porcentaje de estudiantes universitarios entre la población.
Si bien Cambridge acoge a la prestigiosa Universidad de Harvard, cuenta también con otra universidad algo menos conocida en Europa por el público medio, pero sin duda uno de los centros de innovación más importantes, el Massachussets Institute of Technology, o, como se le conoce más comúnmente, MIT. Emplazado a lo largo de la avenida Massachussets, el MIT en sí es muy parecido a cualquier universidad castiza europea, con edificios antiguos y algo destartalados. Pero dentro de estas paredes se han llegado a fraguar ideas que fueron clave para la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial.
El MIT está formado por un gran número de laboratorios situados en torno al Big Dome, donde se investiga sobre las más variadas materias, desde ingeniería nuclear hasta artes escénicas. Los grupos de investigación están formados por especialistas de varias ramas, dándose mezclas de lo más curioso. Así, en centros como el Laboratorio de Inteligencia Artificial o Media Lab, es posible ver a profesores de ingeniería mecánica, junto con estudiantes de filosofía o pedagogía, colaborando a su vez con compañías como Lego, todo ello para lograr juguetes que hagan de las nuevas generaciones personas con una percepción más abierta. Es en estos laboratorios, donde decenas e incluso cientos de estudiantes pasan horas y horas trabajando sus propias ideas ayudados por algunos de los mejores talentos mundiales en la materia.
Tal es el interés que despierta en los estudiantes la atmósfera que se vive en el MIT que, como nos comentaban algunos de ellos, la hora de mayor afluencia a los centros de investigación y cuando mejor trabaja la cabeza son las tres de la mañana, algo certificado por las estadísticas de las máquinas de café y refrescos. Máquinas que, por cierto, han sido modificadas por los propios alumnos para facilitar su uso; así, mediante el ordenador pueden saber si una determinada máquina distribuidora dispone o no de refrescos, y la hora de reposición de los productos.
Debido a esta cultura nocturna, es normal que muchos estudiantes y profesores vivan prácticamente en el MIT; de hecho, incluso disponen de pequeños habitáculos para echar una improvisada siesta. En una ciudad donde las bajas temperaturas están a la orden del día el calor del laboratorio es tal que es normal ir al campus un domingo, y ver tanta gente como en un día laboral. Pero el mayor activo del MIT no son esos grandes centros, ni siquiera los grandes recursos de los que dispone cualquiera que entre a formar parte de esa comunidad, ni quizás el nivel de las clases a las que asisten los estudiantes. El mayor activo del MIT son sus estudiantes, que se cuidan al máximo con óptimos resultados.

Los estudiantes, esos pequeños genios
¿Cómo es la vida de uno de los estudiantes del MIT? Conocida es la dificultad de entrar en una de estas universidades, pero, como comentan los propios alumnos, la recompensa es enorme y la atmósfera de trabajo es idónea. Los recién llegados tienen acceso a un gran número de asociaciones y organizaciones de estudiantes que se encargan desde guiarlos por el entramado académico a ayudarles a elegir el camino a seguir, algo más o menos habitual en cualquier universidad. Pero también les ofrecen oportunidades reales de dar forma a sus ideas mediante proyectos subvencionados, ya no sólo por el propio MIT sino por empresas como Boeing o IBM, e instituciones como el Departamento de Defensa de Estados Unidos. El mejor ejemplo de este espíritu de creación entre los estudiantes es el Edgerton Center, un centro creado en memoria del profesor Harold E. Edgerton, cuya ayuda permitió a muchos estudiantes hacer realidad sus proyectos más ambiciosos.
Edgerton Center cuenta con un notable número de actividades para el alumnado, desde premios a la innovación hasta laboratorios de investigación de uso exclusivo para estudiantes. Pero la joya de este centro son los distintos grupos que alberga. Entre ellos se encuentran el MIT Rocket Team, en el que los estudiantes realizan pruebas reales de cohetes en unas instalaciones para tal fin realizadas por ellos mismos; la cooperativa REC, donde un grupo de estudiantes desarrollan proyectos dignos de los mejores “manitas”, con cursos dónde enseñan a sus compañeros a diseñar sus propios sistemas de seguridad para las habitaciones que ocupan en el campus; o el SEVT, encargado de construir un coche solar desde cero.
Es en el mismo Edgerton Center donde se levanta el SIPB, un grupo de voluntarios formado tanto por estudiantes como por personal técnico y docente del MIT, que ejercen como consultores de tecnología para el resto de los miembros de la comunidad. Este y otros muchos grupos de voluntarios, junto con el servicio informático del propio Instituto, se han encargado de dar vida a la red Athena. Esta red cuenta con software propio desarrollado por estudiantes desde su instalación que ha ido mejorándose y ampliándose con la llegada de nuevas generaciones, en una forma muy similar a lo que era Internet en sus comienzos. Athena sigue siendo hoy un proyecto vivo del que los ordenadores de cada estudiante se consideran nodos, tanto los situados dentro del campus como los que se encuentran en las fraternidades asociadas.
Esto es sólo un ejemplo de hasta que punto existe ese sentimiento de comunidad tecnológica. Otro es el IAP, una serie de días en los que profesores, alumnos, antiguos alumnos y profesionales implicados de una u otra manera con el MIT ofrecen cursos de forma gratuita o muy económica. Estos cursos abarcan casi todos los campos, pero siempre desde un punto de vista muy práctico. Así, los hay que permiten a los participantes desarrollar un coche propulsado por componentes químicos, y otros sobre cómo agilizar el cálculo mental con un sencillo método. Esto luego da lugar a competiciones para ver quién construye la solución más óptima y elegante para un mismo problema.

La inversión empresarial
Una de las características más atractivas para los recién llegados al MIT es el entorno de trabajo. En los centros y laboratorios del Instituto se reúnen ya no sólo algunos de los mejores investigadores, sino gente con ganas de hacer realidad nuevas ideas. Lógicamente, este inigualable entorno ha sido percibido por las empresas, que no dudan en dedicar todo tipo de recursos mediante patrocinios para dar salida a nuevos grupos de trabajo dentro del MIT que den lugar a nuevas ideas y tecnologías que les s

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