El enésimo ministro
Este año, la historia se repite. José Montilla dará paso durante este mes a un nuevo sustituto al frente del Ministerio de Industria: Joan Clos, otro catalán, hasta ahora alcalde de Barcelona y con una experiencia nula en telecomunicaciones. Lo más cerca que Clos puede haber estado de una centralita o de un cable de fibra óptica quizás sea cuando presentó las obras del Fórum de las Culturas, ese mastodóntico proyecto ferial barcelonés cuya gestión pasará a los anales de los grandes fiascos empresariales y que, ojalá, no sea una premonición de lo que puede deparar al sector de las telecomunicaciones en los próximos años.
Lo más preocupante para el sector no es que Clos, médico anestesista de formación, pueda generar dudas sobre su futura gestión como ministro encargado del ramo. Eso sería un juicio a priori injusto y que no viene al caso. Arias Salgado, Birulés, Piqué, Costa y el propio Montilla –esa ha sido la sucesión cronológica– tampoco sabían nada de telecomunicaciones, aunque en algunos casos –no todos– tuvieran una formación económica sólida. El tiempo se encargará de confirmar o desmentir los malos presagios con respecto a Clos, como ya ocurrió con alguno de sus antecesores.
Lo realmente aterrador es que, a juzgar por la elevadísima rotación de cargos que ha habido en la Administración, y lo variopinto de sus procedencias, las telecomunicaciones están demostrando ser la última prioridad del Gobierno, sea del signo político que sea. Después de ocho años de liberalización plena, si algo salta a la vista es la escasa continuidad en la línea de acción administrativa que ha habido con respecto a este sector. Con seis ministros distintos y casi tantos otros secretarios de Estado, posiblemente las telecomunicaciones ostentan la triste plusmarca de ser el sector administrativamente menos estable de toda la economía española. Y eso sin tener en cuenta los vaivenes en cuanto a su adscripción ministerial. Primero, recayeron en el poco sexy ministerio de Fomento, después fueron a parar al híbrido departamento de Ciencia y Tecnología. Y más tarde, acabaron en la gigantesca cartera de Industria, Comercio y Turismo, donde definitivamente quedaron diluidas casi al completo, o cuando menos, en un muy segundo plano. Esta continua inconsistencia, que a veces roza la irresponsabilidad, no se corresponde con el enorme peso que las telecomunicaciones tienen en la economía, al copar en torno al 5% del Producto Interior Bruto (PIB) y dar empleo directo a poco menos de cien mil personas.
En un país democrático los cambios gubernamentales forman parte del juego político, y deben ser aceptados por principio. Lo cual no significa que siempre sean eficaces. Quizás haya llegado el momento de que el mercado reflexione hasta qué punto una Administración que cambia de forma sistemática ha pasado de ser un revulsivo refrescante para las telecomunicaciones a su verdadero cáncer.