Banda ancha.

Me encanta comentar alguna noticia agradable, ya que la cruel realidad del complejo mundo hispánico de las telecomunicaciones suele darnos más quebraderos de cabeza que alegrías. También es verdad que soy algo escéptico con este tipo de anuncios sobre maravillas futuras pero, no importa, en esta ocasión vamos a dar rienda suelta al optimismo. Unos días de minivacaciones tienen que dar sus frutos.

Recordarán que hace unos meses los principales operadores de Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y España firmaron un Memorándum para establecer entre ellos una red de banda ancha basada en el modo de transferencia asíncrona, operativa después de 1994, una vez concluido un período de pruebas de dos años. Proyectos de esta envergadura, con grandes inversiones necesarias, suelen retrasarse más de lo previsto y por eso suele recurrirse a la figura del Memorándum que es un conjunto de buenas intenciones. Cuando se quieren obligar de forma más concreta firman un acuerdo.

Así estaban las cosas hasta hace unos días. A primeros de abril nos comunica Telefónica que se han incorporado a este grupo otros siete países europeos -Bélgica, Portugal, Suecia, Finlandia, Suiza, Noruega y Holanda- y se ha concretado un calendario de actuaciones, de forma tal que se pretenden comenzar a comercializar sus servicios a partir de Julio de 1994, es decir, dentro de quince meses.

Creo que es una gran noticia. Esa infraestructura encierra unas tremendas posibilidades y, al mismo tiempo, exige unos cambios de tal magnitud en nuestros hábitos que resulta imprescindible preparar minuciosamente la difusión de los posibles nuevos servicios, sus ventajas y los correspondientes análisis coste-beneficio, único lenguaje adecuado para los primeros usuarios -grandes empresas- de la red.

Eso exige establecer, desde el primer día, unas tarifas adecuadas, que no constituyan una barrera a la innovación y disponer de terminales a precios razonables. Hacer lo contrario para decir que no hay demanda es una forma tonta de engañarse.