(Análisis) Más libertad

Como cada año por estas fechas, es hora de hacer un listado de buenos propósitos, entre ellos el de no cometer los errores del anterior año académico, y el de comprometerse al siempre difícil ejercicio de la superación de uno mismo. Este año, posiblemente más que ningún otro, hay motivos suficientes para que la reflexión de qué cosas se pueden hacer mejor en telecomunicaciones sea más intenso que nunca. Queda apenas un año para que el sector telefónico en España cumpla el décimo aniversario de su liberalización. En cualquier otra situación, estas bodas de hojalata deberían ser motivo de celebración. Pero a la vista de los resultados, el aniversario más bien parece de chatarra.

Durante el verano hemos tenido varios acontecimientos que demuestran hasta qué punto al mercado español le sigue faltando la madurez de la que supuestamente debería presumir. La multa impuesta a Telefónica por Bruselas por su obstrucción a la competencia en banda ancha no dejaría de ser una sanción irrelevante si no fuera por su volumen. Pero sobre todo por el desconcierto institucional que está causando. Esa sanción va contra la decisión de la CMT, lo que, al margen de quién lleve razón, revela el descontrol que existe en los criterios de la regulación, una actividad que, diez años después de iniciarse la libertad de mercado, debería carecer de todo protagonismo. A estas alturas, los reguladores –que tienen la virtud de reinventar sus ideas con el único afán de la supervivencia a modo de derecho vitalicio- deberían estar ya prácticamente reducidos a la nada, porque la competencia debería estar funcionando por sí sola. Y en caso de no hacerlo, debería estar vigilada por los organismos especializados en esta materiaella, como los Tribunales pertinentes. Sea por unos o por otros, Telefónica, ahora como hace casi una década, sigue bajo el peso de una regulación asimétrica que, aunque a veces ha aportado sus ventajas, es una medicina que también produce efectos secundarios que curas.

Este verano, también antes de las vacaciones, la CMT decidió congelar la cuota de abono de Telefónica para el año 2009. Es una rémora que debería haber quedado resuelta hace años y que demuestra hasta qué punto el mercado español de las telecomunicaciones no termina de creerse aquella maravillosa aventura que empezó en 1998 cuando el sector se abrió a la competencia total. El afán de controlarlo todo que tienen los reguladores, que sobre el papel y desde la oficina deciden qué es bueno y qué es malo para el cliente, o cuáles son los costes exactos de un servicio, hace tiempo que dejaron de tener la perspectiva del mercado a pie de calle y sus tendencias. El mercado, por sí solo, está dando muestras de una agilidad comercial mucho más rica y variada que la que pueda dar de si la mente de un funcionario. Las ofertas de banda ancha, como las de ONO a 25 megas anunciada en agosto, o la enorme proliferación de promociones en móviles, que siguen alimentando, contra todo pronóstico, un mercado celular que en España ya está saturado pero que este verano ha superado los 48 millones de dispositivos,  son suficientes muestras de que la dinámica comercial y competitiva de las operadoras, por sí sola, es capaz de generar gran valor si se le deja actuar, simplemente, con más libertad.  


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