A la expectativa

La publicación de los principios que regirán la futura regulación de las nuevas redes de acceso promete un periodo de cierta paz entre el operador dominante y su competencia. Siguiendo las recomendaciones y directrices de la Comisión Europea, la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT) ha optado por una regulación de mínimos, que –a la espera del posterior desarrollo normativo– parece que podría conseguir el tan necesario consenso que impulse la inversión en las nuevas redes de fibra. Los nuevos servicios de telecomunicaciones, las nuevas aplicaciones convergentes, los nuevos modelos de negocio imponen mayores anchos de banda. Toda la industria, desde los fabricantes y operadores a los propios reguladores, son conscientes de que, si dentro de sólo unos pocos años, no se garantizan los 100 Mbps que ofrece hoy la fibra, todo el mercado se resentirá. La increíble capacidad de regeneración del cobre está llegando a su límite y los 50 Mbps que en algunos casos puede llegar a alcanzar no serán suficientes para soportar la generalización masiva de la Sociedad de la Información. La explosión del vídeo promete abrir nuevas vías de negocio en infraestructuras y servicios, pero también el colapso de las actuales redes. Sólo la fibra, en sus variadas formas –ya sea hasta el hogar, hasta el edificio u otras posibilidades– y sus múltiples posibles combinaciones con el cobre, garantiza el soporte de los nuevos servicios, desde las comunicaciones unificadas a la Web 2.0.
Ante este nuevo horizonte, ni la Unión Europea ni la CMT pueden favorecer la aparición de nuevos regímenes monopolísticos de facto con la excusa de propiciar las inversiones en fibra. Pero tampoco vaciar de expectativas el dinero gastado en construir las nuevas redes por parte de los que quieran –o puedan– apostar por el futuro. En España, concretamente, lograr ese equilibrio entre los intereses de Telefónica y de sus competidores no será fácil, pero tampoco imposible. Pese a algunos matices particulares, la general aceptación con que, de momento, han sido recibidos los principios que seguirá el desarrollo normativo de las redes de próxima generación promete conseguirlo. Son alrededor de 10.000 millones de euros en inversiones lo que está en juego, además del futuro del sector, que, por contaminación con el resto de la economía, precisamente ahora podría entrar en un nuevo ciclo de incertidumbres. Se necesitan incentivos.

P.D. Es cierto que hay que garantizar la libre competencia para tener éxito en las telecomunicaciones, pero también que si el servicio ofrecido no es bueno, de nada valdrá el mejor marco normativo para captar clientes. Cuando no merece la pena cambiar de operador, sencillamente el cliente se queda como está. Si después de dar por buenos el marketing y la publicidad de los alternativos, el usuario comprueba que sigue siendo maltratado por su nuevo “amo”, por lo general volverá donde solía. Un informe de J.D. Power and Associates revela que, pese a que los servicios de banda ancha son cada vez más rápidos, el nivel de satisfacción de los clientes ha descendido 10 puntos durante 2007, situándose en una media de 569 en una escala de 1.000. Prestaciones, fiabilidad y servicio al cliente/soporte técnico son las áreas más deficientes. Conclusiones que en lo esencial vienen a coincidir con otro informe recién publicado en el que Facua hace balance de las quejas y reclamaciones realizadas por los usuarios durante 2007 y, donde –una vez más– las telecomunicaciones se llevan la palma, a gran distancia del resto de sectores.

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