Error de muchos, consuelo de tontos

UMTS = 0 - Todos somos culpables - Los excesos se pagan

Cualquier lector de periódicos y prensa especializada que hubiera hecho un seguimiento asiduo del sector de las telecomunicaciones durante los tres últimos años se hubiera dado cuenta de que sólo ha habido un protagonista, UMTS, un nuevo sistema destinado a convertirse en el gran filón de oro del siglo XXI para los teléfonos móviles. Durante meses, UMTS, al que se le atribuyen posibilidades infinitas para nuevos servicios celulares, ha estado para bien o para mal en el centro del escenario. Lo peor es que, hasta ahora, en el cien por cien de los casos ha sido para mal.
En estos momentos, en los que Telefónica, Sonera, KPN, Vodafone y otras empresas se han echado atrás y han decidido cancelar sus proyectos UMTS, llegando incluso a dejarlos a valor cero en sus balances, ya nadie discute que la tercera generación de móviles, que prometía un paraíso de negocios multimillonarios, es el mayor fracaso del mercado telefónico en sus casi cien años de trayectoria. Ese edén no sólo no ha llegado, sino que, en el mejor de los casos, tardará varios años en convertirse en una realidad, si es que algún día lo consigue. Todo ha sido una entelequia que lo único que ha traído ha sido un fiasco de dimensiones colosales que cambiará la historia del sector. Para algunos, las truncadas expectativas de Internet son sólo una gota en el océano comparado con el descalabro sufrido por las operadoras con UMTS, una tecnología que, después de haber supuesto el gasto de cantidades inimaginables –se calcula que más de 150.000 millones de euros solamente en Europa–, aún no se ha podido rentabilizar lo más mínimo.
La pregunta es quién es el responsable de tal desaguisado. La respuesta es clara: todos. Desde los Gobiernos hasta las empresas. Desde los especialistas y consultores hasta los medios de comunicación. Desde los ingenieros hasta los expertos financieros. Unos y otros han ido acumulando error tras error, sin excepción. El resultado es una impresionante maraña de desatinos en el que todos han perdido y nadie ha ganado, incluidos los usuarios.
Primero fueron los debates bizantinos sobre si los Gobiernos tenían o no derecho a realizar subastas multimillonarias para conceder las licencias de UMTS. Después vinieron las exigencias de las operadoras para que la Administración suavizara los plazos y exigencias de implantación del nuevo móvil. Y más tarde fueron las discusiones sobre si el retraso de la tecnología se debía a que no existían terminales. Todo ello aliñado con una crisis sin precedentes, caída en picado en bolsa, despidos masivos y frustración general. De nada sirve ahora lamentarse y buscar chivos expiatorios para un problema en el que hasta los más sesudos han errado en sus análisis desde el comienzo.
Los que decían que sí había que realizar subastas para que los Gobiernos ingresaran billones en sus arcas por las licencias se encuentran ahora con las mayores operadoras de telecomunicaciones en números rojos, y por lo tanto, grandes empresas que tardarán quizás años en volver a pagar impuestos por sus beneficios. Los que decían que lo mejor eran los concursos, como el que se hizo en España, argumentaban que mediante ese sistema las operadoras no sufrirían el lastre económico de las subastas y así se podrían centrar en el desarrollo de UMTS. La realidad es que España, a pesar de su concurso, está tan atrasada en la 3G como Alemania, Reino Unido e Italia, donde se realizaron subastas. La diferencia es que en Alemania, por ejemplo, el Estado ingresó más de cinco billones de pesetas por las licencias y en España sólo 125.000 millones.
Los otros fallos no han sido menores. Las operadoras han venido exigiendo a la Administración que les alivie de unas exigencias y plazos que, en muchos casos, ellas mismas se auto impusieron en un afán por ganar las licencias; unas licencias, por otra parte, de las que la Administración nunca ha dudado en hacer un uso político descarado. Acelerar su concesión, hace tres años, era para el Gobierno estar a la vanguardia tecnológica; ahora, retrasar su implantación es ser condescendiente con las empresas y apoyar al sector. Resumen: un paso adelante y dos atrás. En cuanto al argumento de la ausencia de terminales, sencillamente resulta increíble para cualquier usuario con sentido común. ¿Cómo es posible que el sector esté sumido en una depresión del tamaño de la que vive en estos momentos sólo porque no se hayan desarrollado a tiempo los terminales, teóricamente una de las partes más sencillas y con menos valor añadido de toda la cadena industrial de las telecomunicaciones?
Ante tal cúmulo de fallos y despropósitos no caben las lamentaciones. Es hora de que el sector, en su conjunto, se deje de quejas y vaya al fondo del problema. La mejor lección que puede extraerse del sueño de UMTS es la que se podría sacar de la resaca de cualquier borrachera. Los excesos siempre terminan por pasar factura.

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