Caras nuevas al otro lado de la línea

En los últimos años, en el sector de las telecomunicaciones ha dominado el inmovilismo. Pocos han sido los cambios de directivos. Pero como, por inercia, ha bastado un giro en el Gobierno para que empiecen a producirse movimientos en cadena. Abertis Telecom, Telefónica, Auna, la CMT… Más que nunca, ahora todo está en revisión. Auna es muy posible que termine deshaciéndose en pedazos. En las últimas semanas, han surgido supuestas ofertas de todo tipo que pujan por el todo o por las partes. Parece como si de repente se hubiera desatado una fiebre compradora. CVC, Apax y Blackstone por un lado, KKR por otro...Como setas han empezado a aparecer fondos de capital riesgo interesados en la compra de Auna por 12.000 millones de euros o más. ONO, por otra parte, sigue interesado en hacerse con la telefonía fija, aunque no descarta hilvanar una oferta con Providence y Carlyle para pujar por el todo. Pero hasta ahora ha habido más ruido que nueces. La única operación que de verdad tiene sentido es la de la fusión de Auna y ONO que plantea esta última. El triunfador sería Eugenio Galdón, que se impondrá a Joan David Grimá. Con la desaparición de Auna como holding, donde había estado encastillado, Grimá tiene difícil encaje. Quedará Amena, pero Belarmino García, que se ha autoproclamado como el artífice del éxito de la operadora –con méritos sobrados-, seguirá ocupando este espacio cuando también se venda la compañía, más a medio que a largo plazo. En Telefónica, César Alierta sigue fiel a su estilo de gestión de rotar directivos –Javier Aguilera pasa a TPI y Belén Amatriaín a Telefónica Móviles, entre otros cambios–. Los más positivos ven en los cambios un modo de Alierta de evitar que los ejecutivos se apalanquen. Los más negativos no ven más que los miedos típicos de un alto directivo que termina creyendo que los que están por debajo adquirirán más relevancia que él si se consolidan en un puesto. Progresivamente y con pulso firme, Alierta ha ido desplazando a la vieja guardia de Telefónica –Luis Lada, Julio Linares, Guillermo Fernández Vidal, Javier Aguilera…– y a otros –Fernando Abril Martorell– que, sin ser telefónicos de toda la vida, adquirieron protagonismos desmedidos. Alierta ha utilizado para la última remodelación un argumento que, si se analiza bien, deja a la vista la situación a la que se encamina el mercado español. La rotación de directivos es buena para que todos entiendan de todo, se ha dicho desde Telefónica. ¿Por qué? Porque el objetivo final es vender servicios integrados; paquetes de fijo-móvil-Internet, por ejemplo. ¿Acaso ya sabe Alierta que la legislación cambiará y que el regulador español permitirá a Telefónica vender ese tipo de paquetes? Para algunos, lo que ocurrirá es simple. No es que el regulador cambie; es que, sencillamente, se diluirá. ¿Traslado o funeral? Los más ingenuos todavía piensan que el traslado de la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones (CMT) desde Madrid a Barcelona no es más que un cambio de sede. Pero otros ven en ese traslado una maniobra para desdibujar los poderes de la entidad. Eso sí, revistiendo el funeral con un alarde político de descentralización del Estado. La CMT apenas tendrá fuerza ni autoridad en el futuro. Entre otras cosas porque a nadie de los grandes le interesa. Para Telefónica, siempre ha sido una mosca molesta. Y para el Gobierno también, porque siempre es mejor regular directamente, desde el Ministerio que corresponda, que dejar la tarea en manos de otros. Incluso en el caso de que se quisiera mantener el poder de la CMT, se tardará tiempo en reconstruirla. El traslado a Barcelona ha supuesto ya la dimisión de su presidente, Carlos Bustelo, que no ha tardado en aceptar presidir el futuro Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid. Es probable que de la CMT también se vayan otros directivos clave. No faltará quien siga a Bustelo al Tribunal.

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