(Opinión) Los otros evangelistas
En general, los nuevos evangelistas ofrecen una lectura del porvenir bastante sesgada, y sus predicciones deben ser tomadas con mucha cautela. A pesar de ello, crece su número y la importancia de sus opiniones sobre lo divino y lo humano ¿Por qué será?
Desde Julio César hasta Ronald Reagan, los hombres más poderosos de la historia han consultado a sus astrólogos y videntes particulares antes de tomar las decisiones más delicadas o complejas. El miedo a equivocarse, a elegir la opción incorrecta, les arrojaba en manos de quienes se decían capaces de otear el porvenir. Este tipo de temores se acrecientan en tiempos de fuertes cambios, cuando aumenta la incertidumbre y lo ocurrido ayer influye poco o nada en lo que viviremos mañana.
La historia más reciente del mundillo tecnológico está marcada, sobre todo, por constantes e inesperados cambios de rumbo, incluyendo burbujas que crecen y estallan como las pompas de jabón.
En este escenario la toma de decisiones se torna muy difícil, y el miedo a equivocarse encuentra una válvula de escape en las palabras de los nuevos evangelistas: que no cunda el pánico, ellos conocen el futuro. El suyo y el del resto de personas que llenan la sala y que esperan recibir alguna certeza sobre sus más acuciantes dilemas: Windows o Linux, 3G o Wi-Fi, consolidación o grid computing, ampliar o externalizar…
Y lo cierto es que la mayoría de las personas nos dejamos cautivar por los evangelistas, seducidos con sus palabras, sus modos, sus gestos. Pero no es lo mismo persuadir que convencer, y si casi todos los evangelistas muestran arte y maña a la hora de presentar sus pronósticos para dentro de cinco años, pocos ofrecen razones que los expliquen. En especial, los visionarios más famosos no se suelen preocupar en argumentar sus ideas, porque su dilatada experiencia les avala. Son verdaderas autoridades en la materia; por tanto, hablan ex cátedra. Con ellos resulta sencillo recuperar la fe en la tecnología, quién lo niega, pero lo que ocurrirá mañana sólo está escrito en las estrellas.
Jaime Fernández
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