El supercomputador que se convirtió en portátil

A mediados de los años ochenta del siglo pasado, el centro de cálculo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas compró un mainframe a la empresa Control Data con el fin de ofrecer una gran capacidad de cálculo a los científicos del CSIC. Se trataba de un modelo CYBER 180/855 con dieciséis megas de memoria central y un rendimiento de 1,6 Megaflops. Para que se haga una idea, un procesador Intel 386 a 20 Mhz tiene un rendimiento aproximado de 1 Megaflop, y ya en 1990 se podía comprar en España un PC con ese procesador y un mega de RAM por algo menos de 400.000 pesetas. Con la mitad de ese dinero usted se compra esta tarde un portátil con cientos de veces esa potencia y mil veces esa memoria. ¿Qué cada usuario de informática tenga encima de su mesa un ordenador con mucha más capacidad, en todos los aspectos, que un supercomputador de los años ochenta es para estar de enhorabuena? La vida del CYBER fue muy ajetreada; siempre funcionando a tope, con docenas de tareas esperando su turno, día y noche. Fue necesario un estricto control de sus recursos para no colapsar el sistema, y los usuarios empezaron a desesperar y a buscar otras alternativas para sacar sus cálculos adelante. En el otro extremo se sitúa el portátil que ha comprado esta tarde. El laptop funcionará durante unas horas los días laborales, y quizá algún festivo. El resto del tiempo soñará que es un mainframe. Mientras que en España hubo tan sólo una docena de CYBER, ahora hay millones de ordenadores como su portátil, la mayor parte del tiempo sesteando. Algunos creen que la llegada de los programas P2P utilizados para la descarga de música y vídeo al menos mantienen mínimamente ocupados a esos supercomputadores enanos. Pero lo que de verdad se necesita es una forma racional de emplear toda la potencia que encierran los sistemas actuales.
La virtualización de, prácticamente, cualquier recurso informático y la computación distribuida han ganado una gran popularidad en los últimos tiempos. Casi cualquier empresa tiene potencia de sobra en sus entornos informáticos, pero le resulta imposible utilizarla allí donde la precisa. Encima de cada mesa duerme un tigre al que se le han quitado las garras y, en su lugar, se le han puesto unas ventanas, ahora transparentes. Y dentro de los armarios técnicos se van apilando, día tras día, más servidores, más discos, más conmutadores y más sistemas de backup y de seguridad; y, día tras día, es desaprovechada mucha, pero que mucha de toda esa capacidad informática. Cada vez más compañías descubren que este camino no puede conducir a nada bueno y, conscientes de que no necesitan más recursos sino una manera más eficiente de emplearlos, se interesan por todo aquello que represente una auténtica consolidación de sus activos informáticos, ya sea a través de virtualización, de computación distribuida o de unificación de procesos y sistemas. La informática empresarial funciona como el ejército de Pancho Villa, y si no sale derrotada en cada envite es gracias al increíble arsenal que maneja. Pero este modelo ya no se sostiene –al igual que la siempre creciente factura en gastos informáticos– y se debe abandonar cuanto antes, y ser reemplazada por un sencillo ‘saquemos provecho a lo que ya tenemos’ que, como demuestra la historia más reciente, es más de lo que nadie se había imaginado.

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