Vuelva usted mañana
El bloqueo de la CMT contamina a otros organismos, retrasando así algunas de las decisiones más trascendentales que tiene que tomar Industria y Economía, como, por ejemplo, la de levantar definitivamente la regulación de precios de Telefónica por la vía de lo que se conoce como price cap. Este mecanismo de fijación de precios teóricamente iba a ser ampliamente revisado, o incluso suprimido a mediados de 2005. Sin embargo, dado los retrasos que acumula la CMT, seguirá vigente al menos un año más, hasta mediados de 2006.
Mientras la Administración permanece instalada en un Vuelva Usted Mañana que ya parece casi permanente, el sector sigue moviéndose, y muy deprisa. En 2005, en las telecomunicaciones españolas se produjeron operaciones corporativas que han cambiado al completo la fisonomía del mercado. Amena ya no es de Auna, ahora es de France Telecom. Telefónica ya no es el eterno aspirante a jugador de primera fila mundial; ahora, con la compra de O2, está en la liga de campeones. ONO ha dejado de ser aquel cableoperador limitado a regiones periféricas; hoy ya está en Madrid y Cataluña tras la compra de Auna Telecomunicaciones. Así una larga lista: hay menos operadores de LMDS, el negocio de UMTS ya está funcionando, Wi-Fi ha dado paso a Wi-Max y ADSL se ha transformado en un fenómeno que poco a poco está conduciendo al triple play.
Si se mira fuera de las fronteras españolas, se comprueba que el parón que sufre la CMT contrasta con la rapidez de movimientos que viven otros reguladores. En Francia, por ejemplo, la Administración ha impuesto multas millonarias a los operadores celulares por un problema con ciertas similitudes al que se pueden estar produciendo en España.
Para que un mercado funcione empresas y poderes públicos deben ir acompasadas en los ritmos de sus proyectos, de su inventiva y de su quehacer general. Lo realmente preocupante no es que, parafraseando a Larra, la Administración diga “vuelva usted mañana”, sino que cuando llegue ese mañana sea demasiado tarde. El insigne escritor, no en vano, acabó su famoso artículo con una exclamación aterradora: “¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!”