Un pútrido ingeniero
Qué difícil es vender tecnología, pero mucho más saber lo que se vende. Aumenta el número de productos que no se ven ni se tocan: servidores y redes virtuales, almacenamiento en red, buzones externos, auditorias desde Internet, etc. Aumentan las relaciones entre mundos antes casi independientes, como la Red y los móviles, y del roce surgen elementos desconocidos para la mayoría de los mortales, pero que se pueden vender en caso de necesidad ¿Quién coloca la puntilla a esta caja de grillos? Los hacedores de nombres, de nuevos nombres. Por ejemplo, una empresa quiere tener su dominio registrado en Internet. Acude a un ISP que les ofrece el ‘kit aparcamiento’. El comercial aprovecha para animarles a contratar una ‘cLine’ de 1 Mbps (antes se llamaba una línea punto a punto) y, al final, el cliente firma un ‘Doble Seguro’, que resulta ser ¡un plan de recuperación ante desastres! Cuando el proyecto llega al grupo de Solutions On Demand –antes conocido como departamento técnico– se mesan los cabellos porque, como decía Dilbert, el comercial ha prometido al cliente algo que no se puede cumplir. Ha vendido una solución basada en productos que suenan bien pero casan mal. Dilbert le pregunta a Stan si sabe lo que eso significa. Sí –responde– significa que yo soy un gran vendedor y tú un pútrido ingeniero. Quizá Stan tenga razón, porque ha vendido todo eso que la tecnología promete que hace, aunque los ingenieros sepan que no es cierto ni la mitad de la mitad. Pero se anuncia, se adorna y, por fin, se vende. Quedará, al fin, la ingrata labor de ajustar el proyecto a la realidad de la tecnología. Un asunto reservado para los ingenieros, los grandes ingenieros.