Sociedad de la Información y liderazgo político

Hoy en día todos los gobiernos que presumen de innovadores y liberales, e incluso las entidades supranacionales como la Unión Europea, la ONU o el Banco Mundial, cuentan con ambiciosos proyectos, por lo menos sobre el papel, cuyo objetivo último sería conectar a Internet a toda los ciudadanos que caminan sobre el planeta y permitir que todo el mundo tenga acceso a los beneficios de la tan traída y llevada Sociedad de la Información.
Con ello se espera reducir las diferencias entre las regiones y las clases sociales en lo que al acceso a la tecnología se refiere, y, en último término, la enorme distancia entre ricos y pobres en lo que ya viene a llamarse la brecha digital (digital divide).
Son bonitas palabras que, a día de hoy, están muy lejos de hacerse realidad. Tanto los tecnófilos como los tecnófobos exageran las posibilidades de Internet y las nuevas tecnologías como herramientas igualitarias o desigualitarias. Y mientras ellos se enzarzan en agrias discusiones, los políticos caen en la autoindulgencia y olvidan hacer sus deberes. Como señalaba el ya conocido como Plan Soto, el desarrollo de la Sociedad de la Información en España necesita de un liderazgo claro, un liderazgo del que hasta ahora ha carecido, provocando que muchas veces administraciones, locales, autonómicas y los distintos ministerios hayan tenido programas inconexos y dispersos, faltos de un factor aglutinante que integre todas estas iniciativas en el objetivo común de lograr hacer llegar las nuevas tecnología a todos y cada uno de los ciudadanos de nuestro país.

El ABC de Clinton. Ni Internet, ni los ordenadores, ni ninguna tecnología puede hacer los deberes de los políticos, por mucho que a ellos les gustara, y la falta de liderazgo político se ha convertido así en una de las principales barreras para el desarrollo de las nuevas tecnologías en nuestro país. Sobre en qué puntos debe hacer énfasis ese liderazgo, Bill Clinton se refería al ABC necesario para cerrar la brecha digital. A es para el "acceso" a las TI; B es para "las habilidades básicas" –el entrenamiento tecnológico y las habilidades necesarias para vivir en la Era de la Información y de la Nueva Economía–; y C es para el "contenido útil" –con medios de comunicación enriquecidos y contenidos de alta calidad.
El acceso, aunque ha sido el objeto de mucha atención pública, es la barrera más fácil de superar. De hecho, uno de los aspectos que nos detienen es el mito de que cerrar este abismo es una cuestión de accesibilidad. Todos recordamos cuando se nos decía que la falta de tarifas planas de acceso era el freno de Internet en nuestro país y sin embargo fuimos testigos de cómo la llegada de estas tarifas planas (o mejor dicho onduladas) no hizo aumentar el número de internautas. ¿Por qué? Porque la gran mayoría de la población no considera que el acceso a Internet, por barato que sea, tenga el más mínimo interés. No olvidemos que muchísimas personas siguen considerando que el PC es ese enemigo al que debe enfrentarse durante ocho horas diarias en la oficina y que la penetración de este en los hogares españoles está en niveles más propios de un país en vías de desarrollo que de una supuesta potencia económica. ¿Es éste un problema relacionado con el precio de los PC? No, en nuestra opinión. Es mucho más un problema de las B y C de las que hablaba el señor Clinton. No existe una formación suficiente en lo que al uso de las tecnología se refiere y los contenidos muchas veces no son atractivos para esas personas, que consideran más divertido ver el Hotel Glam que navegar por Internet. Y alguna culpa tendremos todos los agentes de esta industria si no somos capaces de resultar más interesantes que las estupideces de esos famosillos de medio pelo.
Esperemos que el Plan Soto, que incide en estos aspectos, sirva de revulsivo para que nuestros queridos políticos tomen finalmente el toro por los cuernos y apuesten de manera decidida por el fomento de estas tres patas (acceso, formación y contenidos) con un liderazgo claro por parte de la Administración.

Por Jaime García Cantero
Director de Análisis de IDC

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