RFID: Identificación por radiofrecuencias

Basado en tecnología radio, RFID (Radio Frecuency Identification Devices) aporta mayores niveles de eficiencia a la cadena de suministro, al permitir hacer seguimientos de objetos y obtener información casi en tiempo real del estado y localización de productos. Pero, además, estas nuevas soluciones pueden ser también de aplicación en otros muchos sectores.

Las siglas RFID, correspondientes a Radio Frecuency Identification, se asocian al uso de etiquetas inteligentes muy finas (smart tags) para identificación por radiofrecuencia, aunque también tienen otras aplicaciones. En esencia, se trata de una etiqueta parecida a un código de barras que incluye un pequeño transceptor radioeléctrico y una memoria en la que es posible almacenar información. Tal etiqueta se adhiere a un producto, de modo que, mediante un lector de etiquetas que emite radiación electromagnética, pueda ser captada la información que almacena en su memoria.
RFID surgió en el campo militar hace ya más de medio siglo, durante la II Guerra Mundial, para la identificación de naves (barcos y aviones) amigas o enemigas (identification, friend or foe/IFF), combinando la propagación de señales electromagnéticas con las técnicas de radar. Sus primeras aplicaciones comerciales datan de finales de la década de los 60, cuando varias compañías desarrollaron métodos para evitar el robo de artículos en las tiendas (EAS/Electronic Article Surveillance) mediante etiquetas que almacenaban un solo bit. La simple presencia o ausencia de la etiqueta era suficiente para detectar la señal al pasar por la puerta. Dadas estas sencillas características, el coste de producción era realmente bajo con resultados realmente efectivos. De hecho, hoy en día, se utilizan unos 400 millones de etiquetas cada año y se espera que se superen los mil millones en pocos años.

Aplicaciones para todos los sectores
Gracias a estas etiquetas y mediante el uso de ondas de radio, se puede controlar la ubicación, estado, número y cualquier otro tipo de información sobre los productos sin necesidad de intervención humana, ni de acceder directamente a ellos, incluso cuando éstos están en movimiento, acelerando así los procesos de inventario y permitiendo optimizar los stocks. También, como ya se ha visto, evitan el robo de mercancías ya que, si no han sido desactivadas antes por un empleado, dan lugar a una alarma al pasar por el típico arco detector (bucle inductivo) que suele haber en las puertas de las tiendas.
Otra de sus posibles aplicaciones sería para efectuar el pago automático de la mercancía adquirida al pasar por caja, ya que los artículos que van en el carro de la compra se pueden leer en conjunto (incluso más de 200, mediante un algoritmo que asocia un número aleatorio de orden para que las etiquetas respondan secuencialmente y se puedan leer sin ruido) para obtener el total a facturar.
En general, la tecnología RFID es extremadamente versátil y se puede aplicar a una gama diversa de sectores comerciales e industriales, para identificación y seguimiento, confirmación de la propiedad, verificación de la autenticidad, y almacenamiento y actualización de la información referente objetos o a personas específicos.
Más en concreto, RFID tiene cientos, si no miles, de aplicaciones, tales como la identificación de contenedores en sistemas de transporte inteligentes, seguimiento de productos en proceso (en la industria automovilística de Estados Unidos es obligatoria la incorporación de una etiqueta RFID en todos los neumáticos para controlar su ciclo de vida, a fin de obtener información, por ejemplo, en caso de que ocurra un accidente) o vigilancia de artículos electrónicos, ropa y calzado. También es de aplicación para controlar la información en las explotaciones forestales o ganaderas, e incluso para identificar animales de compañía.
Es de utilidad, asimismo, en la prevención del robo de vehículos, el control de los préstamos de libros, vídeos y DVD, o el control de las personas que acuden a las pistas de ski, tenis o a parques de atracciones, la vigilancia de ancianos con Alzheimer o de los bebés en los hospitales. Entre sus innumerables aplicaciones surgen, en fin, otras muchas y diversas, como en los sistemas de pago de aparcamientos y de peajes sin detención, la compra en el hipermercado, gestión del tráfico o control de acceso a edificios y otros recintos (aeropuertos, hoteles, universidades, instalaciones deportivas, edificios públicos, cuarteles, etc.), tanto de personas como de vehículos.
Combinado con estándares mundiales como ePC (electronic Product Code) desarrollado por el UCC (Uniform Code Council), RFID puede representar una gran ayuda para minoristas e instituciones, al permitir disminuir costes y mejorar la gestión logística de los almacenes y centros comerciales. Ya existen impresoras adaptadas a este fin que permiten a las empresas ampliar y acelerar la impresión RFID en palets y cajas de embalaje, cumpliendo con las actuales y futuras normativas de la industria de identificación por radiofrecuencia.
RFID (bien sea por acoplamiento inductivo o propagación de ondas electromagnéticas) pertenece a una amplia gama de tecnologías para adquisición de datos e identificación automática (AIDC), en la que también se incluyen los códigos de barras, que aparecieron a principios de los años 50, la lectura de caracteres ópticos, los sistemas infrarrojos de identificación y otros muchos.
Las etiquetas inteligentes contienen un chip con memoria de datos, capaz de ser leído y/o escrito sin contacto, vía ondas de radio, usando antenas. Dadas estas características, su uso está recomendando en ambientes donde las etiquetas con código de barras pueda quedar ilegible, cuando no existe línea directa de observación con el objeto cuya etiqueta va a ser leída o cuando se desee eliminar o reducir la necesidad de disponer de una base de datos central con conexiones a cada punto de lectura y escritura, ya que los datos residen en la etiqueta y no necesitan ser consultados.

Componentes
En un sistema RFID existen dos componentes claves:
Etiqueta (RFID tag o transponder). Incorpora una antena y un microchip con memoria que puede ser leído a distancia, a través del aire, sin necesitar línea de visión directa. Las etiquetas se clasifican dentro de tres gamas de frecuencia: baja, intermedia y alta. Si no vienen ya programadas de fábrica, han de ser programadas mediante un dispositivo de usuario especial que puede ser el propio lector.
Lector y antena. El lector (transceiver) consta de un módulo RF y una lógica de control (decodificador), mientras que la antena (antenna/coil) es la unidad que transmite o induce (y recibe) una señal radioelectromagnética que activa las etiquetas que se hallen en su campo de lectura, provocando que ésta refleje su información en el lector en menos de 100 milisegundos. Ambos elementos pueden estar separados o integrados en el mismo equipo, y se comunican con el servidor que procesará los datos recibidos. La potencia de emisión está en torno a 100 mW y, por norma, nunca puede superar 1 watio.
Las tarjetas RFID, que están disponibles en una amplia gama de estilos y de materiales para satisfacer cualquier uso (tarjetas de PVC, llaves para automóviles, clavos de policarbonato para la madera, anillos de epóxido para cilindros de gas, cápsulas de vidrio para

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