Guerra arancelaria UE/USA

Estados Unidos y Europa se miran con caras de perro. El pasado enero, la Organización Mundial del Comercio permitía a la Unión Europea aumentar hasta los 4.000 millones de dólares anuales las penalizaciones arancelarias sobre las importaciones de productos procedentes de Estados Unidos. El próximo paso vendrá de la propia UE, que este mismo mes de febrero puede aprobar un nuevo tipo de impuesto sobre las importaciones de bienes online procedentes del otro lado del Atlántico.
Las empresas tecnológicas norteamericanas comienzan a ver a Europa como un enemigo comercial real, según se desprende de las manifestaciones de los directores financieros de varias de sus compañías tecnológicas y de Internet que intentan establecerse en el Viejo Continente. Firmas como la misma Microsoft se quejan de que la legislación europea impondrá aranceles a las importaciones de sus productos, no sólo materiales sino también, a partir de una resolución de la UE propuesta el mes pasado, a los digitales que lleguen a los consumidores europeos, como descargas de música, vídeos y libros electrónicos. Esta política comenzará a ponerse en práctica no antes del año 2003, y terminaría con el actual concepto de Internet como zona libre de impuestos, tan beneficiosa para las empresas estadounidenses.
La regulación comercial europea comienza a inquietar a las agresivas políticas expansivas de las empresas americanas, sobre todo en cuanto a cuestiones como la protección de la intimidad de los datos comerciales, leyes antimonopolio y política de impuestos. En un país donde la legislación es más flexible y desregularizada que la europea, llama la atención que nuestro continente representara el 28% del mercado mundial de software el pasado año, según IDC, o las previsiones de Forrester Research, que estima que Europa Occidental realizará transacciones B2B por valor de 250.000 millones de dólares en 2006. A esto hay que sumar la introducción del euro el pasado 1 de enero, que ya supone la segunda moneda mundial después del dólar.
Otra de las críticas de Estados Unidos a la regulación europea viene por la política antimonopolio que ha llevado a cabo la UE frente a empresas americanas como Sprint y Microsoft, y a las fusiones de General Electric y Honeywell, y Time Warner y EMI.
Estas razones podrán estar muy bien, pero todavía no se ha demostrado que el sistema USA esté libre de ineficiencias. Si aquí se puede decir que el proceso de liberalización emprendido por la UE ha resultado ser un fiasco, cuando no un fracaso, y que la Comisión Europea está agobiada por la rotundidad de los monopolios que de hecho se siguen manteniendo, las cosas tampoco van muy bien allí. Es cierto que fueron los primeros en abrir el mercado –aunque también pioneros en el no muy consistente modelo del monopolio natural de las telecomunicaciones, modelo que, en aquellos años, rápidamente exportaron a otros mercados–, pero también lo es que las compras, suspensiones de pago y cierres de muchos nuevos y especializados entrantes es constante, consolidando de nuevo el mercado en manos de muy pocos. Sirva de ejemplo la situación de los servicios DSL, en los que los pequeños especializados luchan con la quiebra.
En las actividades antimonopolio y arancelarias tampoco Estados Unidos está a salvo de la crítica. El grotesco proceso seguido contra Microsoft y las barreras de entrada –fruto de un “patriotismo” que a otros critican– a los que allí quieren probar suerte son elocuentes. En esta nueva guerra que cada palo aguante su vela.

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