Google, a secas

San Google no pactaría con el diablo, a pesar de que su competencia más feroz baile, desde hace tiempo, al ritmo que imponen las autoridades de Pekín. San Google rechazaría los cantos de sirena de la economía que más crece en el mundo, con un mercado de cientos de millones de clientes. San Google hubiera aguantado, estoico, la censura que aplica en la Red el Gran Hermano chino a toda aquella información que considera “inadecuada” para sus ciudadanos. San Google, en fin, no hubiera colaborado a mantener y preservar un estado que oculta, manipula y tergiversa los datos que se pueden encontrar en Internet en beneficio de sus propios intereses. Google, a secas, se ha unido, por paradojas del destino económico, a Microsoft y a Yahoo, y ha rendido sus armas ante el Gobierno chino. Google, a secas, tiene un precio aproximado de 140.000 millones de dólares, si nos fijamos en la cotización de sus acciones, pero su valor, en cambio, ha sufrido un fuerte deterioro después de anunciar que aceptaba las condiciones impuestas por las autoridades chinas para instalar sus servidores en el lejano oriente. Aunque, como dicen algunos, ¿no deben ser los propios ciudadanos chinos los que defiendan sus libertades y derechos? ¿No será mejor que los internautas chinos tengan acceso al mejor buscador de la Red, aunque sea con cierta información censurada, en lugar de un Google muy lastrado por los enormes filtros que les aplican las autoridades chinas? ¿Quién es Google para poner en tela de juicio las leyes de un país? ¿Por qué va a cerrar las puertas a un mercado donde se encuentran, en todo o en parte, las principales industrias del planeta?
Permítanme una pequeña confesión: soy un ingenuo, un lila, un inocente corderillo que creyó en la posibilidad de que existiera una compañía que mantuviera ese espíritu del que Google se vanagloria en su decálogo de intenciones: “Nuestros usuarios confían en la objetividad de Google y ningún beneficio a corto plazo justificará nunca traicionar dicha confianza”. Como cualquier otra empresa, Google está en Internet para hacer dinero, pero no de cualquier forma. Aquí residía gran parte de su grandeza, junto con la impresionante velocidad y robustez de su buscador. Los usuarios chinos también se quedarán fascinados cuando obtengan respuestas seguras, rápidas y certeras a sus consultas. Ellos también confiarán en Google, porque la objetividad de esas respuestas no será traicionada por un nimio beneficio a corto plazo. Otro asunto es que se trate de un gigantesco beneficio a largo plazo. De ser así, la cosa cambia, como se ha comprobado. Había que estar en China, como Microsoft y Yahoo, aunque fuera a costa de manipular los resultados de unas cuantas búsquedas, algunas tan perversas y reprobables como “derechos humanos” o “plaza de Tiananmen”. Había que estar en China, aunque fuera a riesgo de perder lo que no se puede comprar, la confianza de sus usuarios. Por eso, para despejar cualquier duda sobre sus buenas intenciones, los responsables de Google afirman que han aceptado las imposiciones del Gobierno chino “siempre en beneficio de los ciudadanos de ese país”, como se lee en su nota de prensa del pasado 27 de enero. Una nota que, por una de esas razones inexplicables de la censura, quizá no pueden leer los internautas chinos.

Contenido Patrocinado

Revistas Digitales

DealerWorld Digital

 



Registro:

Eventos: