Google, a secas
Permítanme una pequeña confesión: soy un ingenuo, un lila, un inocente corderillo que creyó en la posibilidad de que existiera una compañía que mantuviera ese espíritu del que Google se vanagloria en su decálogo de intenciones: “Nuestros usuarios confían en la objetividad de Google y ningún beneficio a corto plazo justificará nunca traicionar dicha confianza”. Como cualquier otra empresa, Google está en Internet para hacer dinero, pero no de cualquier forma. Aquí residía gran parte de su grandeza, junto con la impresionante velocidad y robustez de su buscador. Los usuarios chinos también se quedarán fascinados cuando obtengan respuestas seguras, rápidas y certeras a sus consultas. Ellos también confiarán en Google, porque la objetividad de esas respuestas no será traicionada por un nimio beneficio a corto plazo. Otro asunto es que se trate de un gigantesco beneficio a largo plazo. De ser así, la cosa cambia, como se ha comprobado. Había que estar en China, como Microsoft y Yahoo, aunque fuera a costa de manipular los resultados de unas cuantas búsquedas, algunas tan perversas y reprobables como “derechos humanos” o “plaza de Tiananmen”. Había que estar en China, aunque fuera a riesgo de perder lo que no se puede comprar, la confianza de sus usuarios. Por eso, para despejar cualquier duda sobre sus buenas intenciones, los responsables de Google afirman que han aceptado las imposiciones del Gobierno chino “siempre en beneficio de los ciudadanos de ese país”, como se lee en su nota de prensa del pasado 27 de enero. Una nota que, por una de esas razones inexplicables de la censura, quizá no pueden leer los internautas chinos.