El gran divorcio

Seis años, ocho meses y dos días. Es lo que ha durado la genuina alianza firmada entre Telefónica y BBVA el 11 de febrero del año 2000. A mediados del mes pasado concluyó con más pena que gloria. Aquella majestuosa alianza, con la que los dos enamorados se iban a comer el mundo, apenas ha logrado sacar adelante un par de iniciativas de la veintena de ambiciosos proyectos que contemplaba. Ironías de la vida, en su día los acuerdos recibieron una cobertura profusa por parte de los medios, con páginas y páginas hablando de un proyecto de alcance internacional. Ahora, cuando se ha oficializado su defunción, apenas ha recibido unas líneas de atención, y sin salirse un ápice de la versión oficial.
En un hecho relevante enviado el 13 de octubre por BBVA y Telefónica a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), los dos grupos decían que una vez desarrollados los proyectos que se habían acordado abordar ya no se daban los motivos que justificaban la presencia de un representante de Telefónica en el consejo de BBVA. Así, la salida de Ángel Vilá, director de desarrollo corporativo de Telefónica y representante de la operadora en el consejo del grupo bancario, se presentaba como una consecuencia natural de las propias metas que se habían alcanzado en la alianza. Nada más lejos de la realidad. Las relaciones entre Telefónica y BBVA se habían venido deteriorando ya a los pocos meses de firmarse la alianza, que pasará a la historia como un invento prodigio de Juan Villalonga, por entonces presidente del operador, y Emilio Ybarra, por entonces copresidente del banco. La salida precipitada de Villalonga primero, y de Ibarra después, dejó la alianza huérfana de padre y madre, y en manos de los nuevos presidentes de los dos grupos, César Alierta y Francisco González, que la ningunearon desde el primer momento por ser algo que nunca había llevado sus genes. Nunca llegó a cuajar uno de los aspectos fundamentales del acuerdo: formar un cruce accionarial por el que Telefónica tendría el 3% de BBVA y éste llegaría al 10% de Telefónica. Pero lo importante no es lo que no se ha conseguido, sino por qué se ha acabado así. Y sobre todo, las consecuencias de un divorcio que, como todas las separaciones, no será gratuito.
El BBVA de Francisco González siempre ha mirado con recelo a la Telefónica de Alierta. Entre los dos no ha fluido la confianza. Poco a poco, las dos empresas han ido perdiendo conexiones. Y las perderán aún más. Hace unos meses, BBVA, que tiene un 7% de Telefónica –de este porcentaje sólo un 5,5% es catalogado como participación estable–, reconoció que venderá el paquete en cualquier momento si necesita el dinero para crecer en el sector bancario. BBVA, que llegó a tener cuatro consejeros en Telefónica, ahora sólo tiene dos, y ni siquiera de primera fila. Lo mismo ocurre con Telefónica en el banco. La operadora, que en un principio se marcó llegar al 3% del capital del BBVA, apenas llegó a alcanzar el 1%, que aún conserva pero que no tardará en vender. De hecho, es probable que aproveche la situación actual de la entidad bancaria, que cotiza en máximos históricos, para hacerlo más bien pronto que tarde. La pregunta es qué ha hecho saltar la chispa que ha provocado la ruptura.
Aunque las separaciones se ven venir, siempre hay una gota que colma el vaso. La razón hay que buscarla en BBVA, que, hostigado en un sector que como el financiero vive momentos de convulsión, no quiere tener en su consejo accionistas que apenas representen el 1% del capital. Si Telefónica puede hacerlo, ¿porqué no lo iba a solicitar otro? Es lo que piensan en BBVA, al que aterroriza la idea de que alguien se cuele en su capital y en su consejo. Sencillamente, y aunque no se dijera en el hecho relevante, el banco ha invitado a Telefónica a marcharse. Algo que, por cierto, hace Telefónica muy gustosa y a la espera de suministrar a BBVA la misma medicina.

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