Diga TCP

Mi médico de familia sostenía el teléfono entre su hombro y su cara, la mano derecha sobre el ratón y la izquierda buscando en los cajones de su mesa el “disquete con los drivers de la impresora”. El galeno abrió mucho los ojos, ‘¿Mi dirección t-c-p-i-p? Ni idea’. La conversación telefónica con el servicio técnico se alargó durante varios minutos, hasta que el doctor gritó ‘hay cincuenta pacientes esperando, no voy a perder más tiempo con usted. Adiós’. Colgó, sacó del maletín su talonario de recetas y se puso a escribir la mía. Cuando salí de la consulta comprobé que otros médicos también tenían demasiados pacientes en las salas de espera. Alguien comentó que se habían roto los ordenadores y que nos iban a dar las uvas. Luego hablé con un amigo, médico en ese centro de salud, y supe algunos detalles más del servicio de ayuda técnica. Era peor de lo que me imaginaba.
Aquel médico había señalado, fuerte y claro, al culpable de sus males informáticos. Y no se trataba del vetusto Windows 95 de su PC, ni de la inestable aplicación que gestiona el acceso al historial de los pacientes. Quien le hizo perder el tiempo y los nervios a él y a sus enfermos fue el servicio de ayuda técnica, con ideas tan peregrinas como pedir que buscara por la consulta el disquete con los drivers de la impresora. ¿No pidió algo parecido el sombrerero loco a Alicia? Tendríamos que hablar, en efecto, de un cuento fantástico si no fuera esta la norma habitual, esa que afirma que los usuarios de una aplicación informática deben poseer ciertos conocimientos técnicos y, sobre todo, tienen que estar dispuestos a colaborar activamente en la resolución de sus problemas. Porque, a fin de cuentas, son sus problemas, ¿no?

Cansados y aburridos
La sedición de los usuarios de informática se acerca. Cansados de aprender a manejar nuevas aplicaciones cada poco tiempo, y hastiados de sus habituales fallos, no consentirán que la resolución de sus problemas pase por un cursillo telefónico de las herramientas del sistema operativo o de los protocolos de red. Los usuarios no aceptarán que, para arreglar un error informático, tengan que trabajar codo con codo con el técnico de turno. Ellos no conocen ni quieren conocer las tripas de su ordenador, de su aplicación o de su red. Entre los informáticos es popular el consejo ‘si funciona, no lo toques’. El aserto de los usuarios será ‘si no funciona, que lo toque el técnico’. Esta última afirmación se podría llevar a la práctica si hubiera un número razonable de fallos en el mundo de la informática, pero es palmario que esto no es así. ¿Y quién carga con esa parte del mantenimiento que las empresas informáticas, por evidentes motivos económicos, no ofrece a sus clientes? Los propios usuarios, millones de personas que trabajan con software, mal software, y creen que es normal –por habitual– el funcionamiento incorrecto de sus programas.
Uno de esos usuarios es mi médico de familia, y quizá el suyo, profesionales de la medicina que se han acostumbrado (triste costumbre) a dedicar parte de su jornada laboral a soportar la aplicación del centro de salud. Por tanto no se extrañe si la próxima vez que acuda al médico en lugar del conocido “diga 33” le pida un “diga TCP”: los pacientes también tienen derecho a disfrutar de su parte de tecnología.

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