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La transformación del desarrollador de aplicaciones

Las tecnologías facilitan cada vez más la tarea de desarrollar de apps, y parece que cada uno de nosotros puede convertirse en developer. No importa si no tenemos noción alguna de programación.

Silicon Valley

En los círculos tecnológicos de alto nivel, los desarrolladores son, dicho en su argot, bestias raras que han de ser valoradas en toda su dimensión, que necesitan ser cortejadas y mimadas. Pero preocupa otro fenómeno que está teniendo lugar en Silicon Valley: el boom de las tecnologías de bricolage para desarrollar y desplegar aplicaciones, que además vienen con el marchamo que cualquiera puede convertirse en desarrollador. Una dicotomía emerge junto con ello: por un lado, la industria tecnológica pide más desarrolladores mientras que, por otro, compañías pertenecientes al mismo sector afirman que desarrolladores podemos serlo todos.

 

Una idea común que suele repetirse con frecuencia en Silicon Valley es que cualquier desarrollador puede dar algunas clases de código; pero ello no convierte en programador a su alumno. Muchas personas tienen ocasión de cursar un tutorial online, acudir a una academia de programación, o bien aprender a escribir web scrips básicos (también llamados “scripts infantiles”; un término peyorativo para designar a aquellos aprendices de programación que emplean rudimentarios conocimientos informáticos, lo cual se plasma en el código que escriben, con el objetivo de orquestar ataques de fuerza bruta en websites).

 

“El desarrollador de aplicaciones tiene un perfil muy determinado, y no son muchas las personas que pueden pertenecer a esta élite de profesionales”, afirmaba Benjamin Robbins, cofundador de Palador, un desarrollador de aplicaciones y servicios móviles de Seattle. El pensamiento de Robbins enlaza directamente con la idea de la meritocracia  -tanto vales, tanto éxito vas a alcanzar-; una idea que está profundamente arraigada en todos y cada uno de los aspectos de la cultura de Silicon Valley, más aun viendo las ganancias que han generado en poco tiempo startups como Slack o Zenefits.

 

Ser un desarrollador “adorado” en Silicon Valley significa llenar hasta la bandera los auditorios en donde imparte conferencias, y establecer constantemente reuniones con grupos de especialistas que quieren aprender de los secretos de su éxito. En todo caso, al final hay una pregunta árida que subyace en todo este mundo del desarrollo de aplicaciones top-level:  si solo los mejores llegan al éxito y, por consiguiente, los que progresan son considerados los mejores, ¿por qué la inmensa mayoría de empresas sólo contratan casi exclusivamente a varones de raza blanca?



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