(Opinión) Chatarra mental

Las empresas de software y los fabricantes de hardware son, como Alonso y Schumacher, los más rápidos del circo tecnológico. Otros participantes intentan seguir la estela de los campeones, pero casi nunca suben al podio. Hablamos, por ejemplo, de las empresas de telecomunicaciones, de los proveedores de servicios (en el más amplio sentido de la palabra), de los mal llamados integradores o de los ya clásicos consultores de tecnología. Como no pueden ganar la carrera luchan para evitar que los nuevos dispositivos y aplicaciones les saquen tanta ventaja que les terminen doblando, lo que se traduce en descalificación inmediata, porque los espectadores del circo tecnológico han sido adiestrados para creer que el futuro fue ayer, de tan rápido que pasa.

Esta espiral se ha vuelto tan violenta que expulsa a cualquier producto tecnológico fuera del circuito en cuestión de meses, aunque sea completamente válido para cumplir su cometido, en la mayor parte de los casos más allá de lo que necesitaban sus compradores. Y, en especial, esta máquina de centrifugar tiene efectos perversos sobre los profesionales que danzan al ritmo que imponen los fabricantes de hardware y las empresas de software, empeñadas en aumentar su negocio a base de reinventar la rueda cada siete lunas y anunciarlo a todo pulmón durante la octava. El dicho ‘tengo la cabeza como un bombo’ que se utiliza con tanta frecuencia en este mundillo es el resultado del permanente ruido que generan los innumerables anuncios de nuevos productos y, lo que es más grave, de las secuelas que deja la obligación de conocerlos para no quedarse fuera de la carrera a las primeras de cambio.

Algunos creen que a un tigre no le importa tener una raya más, y que el tiempo que emplea un técnico en conocer, verbigracia, la nueva filosofía del nuevo sistema de gestión de los nuevos conmutadores se traduce en una mejor formación del empleado y, por tanto, en beneficio, aunque sea indirecto, para la empresa. Pero muchos de los productos de tecnología nacen, se venden y mueren tan rápido que a penas existe tiempo para amortizar el conocimiento adquirido. Y lo peor de este escenario es la volatilidad de ese conocimiento. Si ayer casi nadie sabía nada sobre un nuevo software o hardware y hoy es fundamental comprarlo y conocerlo, tenga por seguro que mañana no valdrá casi nada el haberlo adquirido. Estos productos se parecen a los fuegos artificiales: suben muy deprisa, hacen mucho ruido y quedan lindos en el cielo … durante unos segundos.

Pero nuestro cerebro no es el firmamento, y la información, en este caso la fugaz formación, queda allí, aunque no se vuelva a utilizar. Se convierte en chatarra mental que se acumula en las pobres cabezas de los activos más importantes de la compañía. Es por este motivo que, cada vez con más frecuencia, los empleados más veteranos no son capaces de absorber ni la mitad de información que sus compañeros noveles. Y no es cuestión de que sufran una enfermedad de Alzheimer prematura, sino del ruido de los escombros que se amontonan en su mente. En busca de una cabeza bien amueblada se termina con el cerebro como un guardamuebles.


Jaime Fernández
tnt@idg.es

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